«… se acercaron hombres con antorchas y como si yo fuera bestia salvaje trataban de alejarme del lugar, luché y luché; sentí que mis cabellos se quemaban y mi cuerpo ardía de dolor. Agotada, me metí dentro de la cueva con una antorcha que había logrado apoderarme.
El ukumari se encontraba tendido apoyado en la pared, asustado; impotente de salvarle la vida me acerqué y lo abracé, sentía su cuerpo que temblaba, parecía un niño gigante. ¡No te voy a dejar! Lo abracé fuerte, tratando de calmar su miedo como una amante ante un moribundo».
Valoraciones
No hay valoraciones aún.
Añadir una valoración