Había tardado 400 años en encontrar a la joven que me daría su sangre para conservar la vida eterna y la indestructibilidad; pero al verla crecer, al verla dar sus primeros pasos, haberla defendido un sin número de veces, me había convertido en un estúpido ser vulnerable. Había buscado por todos los continentes, por todo el mundo, hasta que uno de mis vástagos olió su sangre en uno de los pueblos de América. Estaba a la expectativa de las seis pequeñas que habían nacido bajo el designio, pero ninguna sobrevivió, excepto la pequeña Laura.
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