Hilos, hilos, hilos turquesa te cubrían y mi boca te endiosaba, mis instintos iban más allá de sus límites y añorabas la eternidad de la noche.

El universo, o por lo menos nuestro pedazo de él, se redujo a agitados movimientos.

Mi barba gruesa se estrellaba con la suavidad de tu sensualidad y el pequeño cielo que nos custodiaba caía sobre tu espalda desnuda. Bebíamos vida y la muerte nos parecía tan lejana; el suelo ardía al igual que tus caderas; tu cuello le invitaba a mis labios a danzar, su coqueteo era fascinante.

Tu clavícula y tus muslos se fusionaban con mi abdomen; creaban figuras inimaginables; el arte de las formas se perdía en las sombras.

Tus tobillos se doblaban y perecían los cuestionamientos sobre mis poemas escarlatas; tu cintura direccionaba mi fuego. ¡Nos elevamos, nena, nos elevamos!