Los hombres que lloraban feo es una indagación en el alma masculina y sus complejas, cuando no accidentadas y fallidas, relaciones con el amor y la amistad, con la familia y el trabajo. Es también un ejercicio narrativo que hace de la voz en primera persona un juego literario que no busca empatía inmediata del lector: el Renzo Miranda de la novela es, a ratos, una mera construcción narrativa, un eco de alteridad, una confesión desalmada o una documentación desbocada de la memoria, pero es, sobre todo, una experiencia de violencia y de romance, si cabe juntar ambas cosas. Aquí se rastrea un maridaje de influencias que van de Bukowski a Reynoso, con la urbe moderna no como escenario, sino como bestia que mordisquea el hombro desnudo de los hombres que aún lloran feo.

El narrador —¿acaso el autor?— nos dice que no quiere ser la esperanza de nadie. Compete al lector saber si lo logró.