En cualquier época del año, pero sobre todo cuando las temperaturas bajan y al invierno estacional se añade el invierno sanitario que impuso hace casi tres años una pandemia en curso todavía, quietos y sentados temblando en un rincón, nada restablece con mayor energía la unión entre nuestra soledad y la vastedad del mundo que una taza de café caliente, cuya fragancia milagrosa actúa, a la vez, como un nudo entre dos lejanías: la de la procedencia geográfica de su producción, y el destino —altura o abismo— al que nos envían sus efectos siempre diferentes.

Un café es el círculo cálido y oscuro en que discurre el acto de leer o el de escribir, la mirada de la calle y de la gente, el festín de la amistad, la pureza de la reflexión, el lento relámpago del amor o la desapegada instalación sobre el puro presente. A través de su alma que se eleva y deshace se avista el azul del cielo, el blanco de una ausencia, la negrura de una grieta interior o la plateada algarabía de una lluvia en la ventana.

Este libro ha salido entero de mis tazas de café, pues reúne una variedad de textos que hablan sobre él o que, cuando menos, se escribieron en su cercanía. Se trata, por tanto, de páginas enunciadas desde la gratitud, el placer y la conciencia de todo lo que esta bebida acompaña o suscita.

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